(Tarantino) Subversión, homenaje y robo

Con el estreno de Once Upon a time in Hollywood, abordamos uno de los aspectos más interesantes de Tarantino: las referencias a otras películas, sus intertextos, también punta de lanza de su noveno film, una atrevida revisión de la edad de oro de la industria [Libre de spoilers]

Violencia, sangre, a veces gráfica pero siempre estética; el filo de una hoja de katana en cada diálogo; personajes extravagantes y oscuramente magnéticos; narraciones dislocadas que se rearticulan con humor y cinismo; una banda sonora que nos sumerge en su mundo, cuando no otorga un contrapunto al pulso de la historia… Todo está allí. Pero si hay un elemento que constituye la marca indiscutible de Quentin Tarantino son sus referencias.

Decenas de cuadros, imágenes y hasta escenas completas se articulan con otros pequeños guiños para contar una nueva historia, una distintivamente suya y que, sin embargo, se enlaza de forma más o menos perceptible con la historia del cine que le obsesiona. “Los grandes artistas roban, no hacen homenajes”, confirmaba él, en acto y palabra, apropiándose del mismo Picasso en una entrevista para Empire Magazine (1994).

“Nunca roba una sola fuente, ni bebe particularmente del llamado cine arte”

Catalogado como director postmoderno por su pasión por los intertextos, Tarantino nunca roba una sola fuente, ni bebe particularmente del llamado cine arte. Apela sobre todo a películas serie b, géneros y subgéneros denostados como el Western, exploitation films, cine asiático, cómics y series de televisión, para crear una obra personal que se alza por encima de cualquier referente, quiebra sus elementos y subvierte su sentido original, desdibujando los límites y aparentes asimetrías entre canon y “basurilla comercial”, entre arte y cultura de masas.

En cada film pueden ubicarse referencias marcadas o difusas hacia diversos géneros o movimientos cinematográficos, incluso aparentemente discordantes. Entre comedia negra y thriller pop, Pulp Fiction (1994) resalta como su obra paradigmática con mayor densidad de intertextos y resonancias, desde la literatura pulp hasta casi todos los géneros de serie b, tomando también de Psycho (1960) y hasta de los Aristogatos (1970). Más acotado, Reservoir Dogs (1992) tiene la impronta de las películas de crimen de Hong Kong, con la referencia final al duelo a la mexicana de City on fire (1987). Jackie Brown (1997) tira de la blackexploitation. Kill Bill (2003, 2004) bebe a un tiempo de las películas de samuráis, la serie Kung Fu y el spaghetti western (The Good, The Bad y The Ugly, 1966; A Fistful of Dollars, 1964). Unglorious bastards (2009) parodia las películas de la segunda guerra mundial (The Dirty dozen, 1967), mientras Django Unchained (2012) y The Hateful Eight (2015) retoman tanto el wester de Río Bravo (1959), como el spaghetti.

«Mia dibujando en el aire “don’t be a square” en Pulp Fiction como Betty en Los Picapiedra».

Tarantino no toma escenas icónicas para reproducir su garbo o su impacto sin un propósito real para la historia. Por el contrario, a veces se vale solo de una mirada o un gesto –Mia dibujando en el aire “don’t be a square” en Pulp Fiction como Betty en Los Picapiedra-, un movimiento -el paso de baile de Vincent con los dedos sobre los ojos como el Batman de Adam West-, un encuadre -Shosanna huyendo en Unglorious bastards como en The Searchers (1956)- o un simple objeto que, reinsertado en la trama entre un sinfín de otros referentes y resonancias, cobra un sentido y peso diferente.

No se trata de un simple tributo -aunque siempre hay espacio para alguna golosina. Funciona más bien como un collage meditado y rigurosamente imbricado donde, como sucede en las bases del hip hop o los samplers de un tema de Wax Taylor, las referencias memorables se entrecruzan con otra infinidad de detalles.

Algunos intertextos podrían pasar desapercibidos, pero fundidos y reinterpretados bajo el ritmo, la cámara y cinematografía de Tarantino, apuntalan la escena, materializan el universo de la ficción y ayudan a construir a los personajes. Así, por ejemplo, entre encuadre y banda sonora, Uma Thurman emerge épica en Kill Bill, cual The man with no name de Clint Eastwood en la trilogía de Leone.

Si en sus ocho entregas anteriores Tarantino tomó géneros considerados menores para subvertirlos, en Once upon a time in Hollywood se vuelca sobre el corazón mismo de la industria. Se gira sobre sí mismo para revisar, no sólo lo que había en su videocasetera, sino lo que él mismo vivió de niño a Los Ángeles de los 70, lo que sonaba en la radio, los carteles que veía en los paseos con su familia y, especialmente, lo que estaba detrás de las cámaras: la industria y las personas que crearon el mundo de fantasía de la edad de oro de Hollywood.

«Deja claro que se trata de una película que habla de películas»

La película se ubica en Los Ángeles de 1969, cuando la vieja escuela del cine empieza a sucumbir ante una sociedad cambiante, coincidiendo con los crímenes de Charles Manson, la tragedia que se dice puso fin al hedonismo de Hollywood: “la pérdida de la inocencia de América”. La historia se desarrolla a través de los ojos de Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), ex estrella de un western de televisión que lucha infructuosamente por remontar su carrera en la gran pantalla, junto a su doble de riesgo Cliff Booth (Brad Pitt), e interceptados fugazmente por el fresco encanto de la actriz Sharon Tate (Margot Robbie) y su esposo, el director Roman Polanski.

Partiendo del propio título, con guiño a Once upon a time in West (1968) y Once upon a time in America (1984) de Sergio Leone, el film nos remite a un cuento nostálgico, a una fábula retorcida que, aunque incluya a Steve McQueen, Bruce Lee, los Manson y otros elementos reales, deja claro que se trata de una película que habla de películas, de actores que encarnan otros actores, de cine sobre cine… Así, las referencias resultan inabarcables entre las cintas que se mencionan, las que se muestran filmándose y las que inspiraron el viaje al pasado, integradas en el tejido cinematográfico. Quizá porque es allí, en el abigarrado pero lustroso collage, que Tarantino busca no sólo evocar una era, sino celebrar el propio acto de creación y recreación. Un impulso a veces tan poderoso y descarado como para intentar reescribir la historia según sus fantasías, a veces brutales, por lo general retorcidas, pero siempre seductoras.

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