Melancolía de Von Trier o la poesía del Caos

Melancholia (Von Trier, 2011) es una pequeña venganza contra el orden establecido y la sociedad en general. Y este análisis muestra que ambas ficciones culturales sucumben a la entropía del universo, un caos al que no queda más que abrazar.

Pájaros muertos caen del cielo. Un reloj solar en primer plano y, al fondo, una mujer con un niño. Juegan. La pintura de Pieter Brueghel el Viejo titulada Cazadores en la nieve.  Mariposas… Pero vamos a ver ¿todas estas imágenes qué son y qué nos están contando? Pues son el poético arranque de Melancholia (2011), de Lars Von Trier. De este director danés se ha dicho que es arrogante, egocéntrico y deprimente, pero también brillante, sorprendente y original. Y quizás, Lars Von Trier sea todo eso y su contrario, bien mezclado y agitado en un cóctel controvertido. Un realizador con una larga lista de personajes femeninos que ora bailan en la oscuridad, ora se esconden en pueblos de casas sin paredes, o  que emulan a lánguidas Ofelias enfundadas en vestidos de novia.

El universo Justine

Justine (Kristen Dunst) es la protagonista de Melancholia, una mujer que revela a pocos minutos del inicio de la cinta su evidente vulnerabilidad y fragilidad.

Justine acaba de casarse y se siente perdida, asustada por el paso que acaba de dar. Durante el convite, pide apoyo emocional a su madre (Charlotte Rampling) y a su padre (John Hurt), pero ninguno de los dos parece estar por la labor, así que la dejan a merced de sus vaivenes anímicos. Tras encajar ambos golpes, Justine recoge velas y deambula entre los invitados de su boda, confusa, aturdida y desconectada de todo lo que ocurre alrededor. Nada encaja, nadie le consuela, los comportamientos de los demás la desbordan, como cuando termina abocada a una discusión con su jefe, y todo agrava su malestar. En un momento de iluminación, Justine mira hacia el cielo, donde descubre un planeta a lo lejos. Y es que parece que en la Tierra ya no queda nada que le sirva ni le salve.

El universo Claire

Claire (Charlotte Gainsbourg) es la hermana de Justine y es muy distinta. Lo tiene todo bajo control: su vida, su actitud, la hora en que todo debe ocurrir, cuándo debe sonar la música, en qué orden va cada paso. Claire tiene un matrimonio perfecto, un marido perfecto, un hijo perfecto y una cuenta bancaria perfecta, a juzgar por dónde y cómo vive. Claire encaja, Claire pule, limpia y da esplendor. Con una actitud de impecable anfitriona, Claire lo hace todo en su justa medida. Es esa clase de personas que no se relajan y a las que uno se imagina redactando la invitación a su propio funeral, porque cuando ellos falten, a saber si los demás sabrán hacer las cosas como es debido. Tras ver el huracán emocional en el que parece vivir Justine, Claire se perfila por contraste como la hermana “sana”. 

La música de los universos en acción

Claire riñe a Justine. Le afea su conducta y su tristeza, se desespera porque no está feliz a pesar de lo mucho que ha costado organizar su boda. Claire se enfada con Justine, pero también se preocupa por ella. Es la única persona en la que Justine encuentra una aliada capaz de darle apoyo cuando todo se viene abajo. Claire se vuelca en su hermana como se vuelca en todo lo demás, asumiendo como una certeza incuestionable su responsabilidad ante lo que la rodea, como si creyera ciegamente en que si hay algo por hacer, debe hacerse sin dudas ni concesiones.

«Abatida por la angustia y el miedo ante un orden universal que se desvanece»

Y la vida transcurre mientras el planeta que Justine miraba con interés va a pasar muy cerca de la Tierra. El marido de Claire (Kiefer Sutherland), bon vivant, hombre con posibles y cuñado con todas sus letras, les cuenta a las hermanas que no hay nada de lo que preocuparse, que el planeta Melancolía pasará cerca de la Tierra y se irá hacia otras órbitas. Sin más. Pero no olvidemos que estamos ante “ese” tipo de cuñado, así que preparémonos para lo peor.

Curso de colisión

Y lo peor al fin llega. Ahí es cuando todos los universos, exteriores e interiores, se revuelven en un movimiento convulso e impactante.

La hermana discreta entre los discretos, eficiente entre los eficientes es abatida por la angustia y el miedo ante un orden universal que se desvanece y un mundo en el que encajaba perfectamente y que está a punto de desaparecer. El miedo ciega a Claire: ya no sabe dónde refugiarse, cómo cuidar de ella y de su hijo o cómo eludir un destino inevitable y trágico. Y lo terrible es que por mucho que se esfuerza, no hay nada más que hacer que asumir… que no hay nada más que hacer. Pobre Claire, envuelta en la peor pesadilla de un neurótico.

«Justine también es Ofelia, rechazada por todos en su búsqueda de amor y consuelo»

Mientras, Justine se revela como la perfecta compañera en un apocalipsis. Su mente creativa y fantasiosa conecta con el mundo infantil de su sobrino, con el que mantiene una relación de complicidad durante toda la película. Justine le cuenta al niño que deben construir una cabaña mágica que les salvará de todo mal. Así es como asume el liderazgo en esos momentos cruciales y se hace cargo, esta vez sí, de ella misma, de su hermana y de su sobrino, decidiendo dónde ir y qué hacer para esperar el final.

Justine, la reina del caos que vive siempre situaciones que se escapan de su control, asume sin esfuerzo la inevitabilidad del apocalipsis. Y ¿cómo no afrontar de ese modo algo que le va a librar de una vida que no sabe cómo vivir, o quizás, que ya no está dispuesta a vivir? El apocalipsis exterior salva a Justine de su apocalipsis interior y le brinda la oportunidad de acoger con generosidad su final inmediato.

La salvación de Melancolía

Justine ha existido perdida en un mundo donde los demás vivían como si vivir fuera algo fácil. Ella no sabe cómo manejar el equilibrio entre lo que ocurre fuera y lo que ocurre dentro de sí misma, hasta que se enfrenta a un apocalipsis donde se convierte en el único faro.

«La belleza y la depresión danzan juntas en Melancholia de principio a fin.»

En un arrebato durante el convite, Justine entra en la biblioteca, abre varios libros de arte y los deja abiertos en páginas a todas luces elegidas al azar. Pero no hay azar en este viaje: entre las páginas abiertas, aparece la Ofelia de Millais, flotando en el río y rodeada de flores. Porque Justine también es Ofelia, rechazada por todos en su búsqueda de amor y consuelo, esa pobre Ofelia que enloquece de dolor, de la que todos se compadecen, la que se acaba cayendo (o tirando) desde un árbol y ahogándose en el río, tal como cuenta la reina Gertrudis en la obra de Shakespeare.

Grace. Dogville (2003). «Si hay algún pueblo sin el cual el mundo estaría mejor es este»

Justine es lo opuesto a la Grace de Dogville (Von Trier, 2003), quien tras retar a su padre huyendo y proponiéndose vivir de otra manera en ese nuevo mundo al que llega, la pequeña comunidad de Dogville, se da cuenta de que su renuncia extrema a sí misma en favor de los demás tampoco sirve para encontrar la paz. Justine no es la Grace que se revela ante la injusticia y el abuso de la forma más cruel y arrogante posible, arrasando el pueblo entero y todo lo que este contiene. Grace construye su propio apocalipsis y les condena a todos a vivirlo, menos a sí misma y al perro al que le robó un hueso, mientras que a Justine el apocalipsis le llega como la extraña condena que encierra su salvación

La belleza como liberación

La belleza y la depresión danzan juntas en Melancholia de principio a fin. Las imágenes extraordinarias y metafóricas del inicio, la luz del extraño planeta que atrae a Justine y ante el que ella se desnuda, o los paisajes misteriosos donde toda la acción transcurre están cargados de belleza. A la vez, el comportamiento errático de Justine, el hundimiento que el dolor le provoca y su desesperado subsistir en un mundo donde nada le interpela son el paradigma de la enfermedad del personaje. 

Melancholia (2011)

Lars Von Trier libera a su protagonista de la melancolía a través de un apocalipsis, la libra de ese estado en el que la tristeza y el desinterés lo cubren todo, valiéndose de un planeta con el mismo nombre que la sensación de desasosiego que la invade. Gracias a ese apocalipsis sobrevenido, cargado de hermosura y espectacularidad, Lars Von Trier pone de manifiesto que hasta el mayor de los problemas de la protagonista, la melancolía que la subyuga y la noquea física y espiritualmente, está inscrito en un espacio pequeño e insignificante dentro de un universo gobernado por leyes complejas e inapelables, pero también infinito en posibilidades y colmado de belleza. 

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