Málaga, hasta hace unos quince años una olvidada capital, se erige hoy como la metrópolis más poblada del sur. Se vuelve en poco tiempo cosmopolita, cultureta y estresante. Llegan luces, se extienden sombras y es un plato disputado de repente.
La ciudad que fundaron los fenicios no puede catalogarse con un color puro. La cultura es efervescente (aunque la izquierda diga lo contrario) y la gentrificación es alarmante (aunque la derecha diga lo contrario). No sólo vive del turismo (aunque la izquierda diga lo contrario) pero, si bien tiene fortalezas como el Parque Tecnológico de Andalucía, se ha convertido en una ciudad cara y dura (aunque la derecha diga lo contrario).
«Málaga no es una postal…»
Conviven en Málaga museos de talla internacional como el Thyssen, el Pompidou, el Ruso, el Picasso o el CAC y salas independientes como Isla Negra, Artsenal, Ifergan o La casarosa. Antros reguetoneros con baretos “indies” de
raigambre. Centros comerciales con salas de conciertos como París 15, Eventual, La Trinchera o La Cochera Cabaret. Hoteles lujosos y espacios de gestión ciudadana como La Invisible o La Polivalente. Un festival de cine español y otro de cine fantástico, uno de cine francés y otro de cine italiano. Y hasta dos barrios “alternativos”: el Soho, en el puerto, y Lagunillas, en la parte alta.
Un apunte: Málaga es una ciudad muy cofrade, donde la Semana Santa mueve montañas, pero también es una ciudad extremadamente liberal, vecina de Torremolinos, con una ristra frondosa de locales “swingers” en sus alrededores y con una comunidad BDSM y otra poliamorosa referentes a nivel andaluz.
Foto de Pedro J. Pacheco
Málaga no es una postal. El centro es brillante pero los barrios están abandonados. La Alcazaba y el Teatro Romano lucen muy cuidados pero se derriban viejos palacios para levantar edificios modernos en vez de restaurarlos. Tiene un metro, pero todavía no llega a las zonas más alejadas de una ciudad de 600.000 habitantes en forma de “boomerang” cuya área metropolitana a efectos prácticos se extiende casi hasta Marbella. Tiene actividades de todo tipo todos los días, pero el turismo se ha enloquecido y los vecinos se marchan al extrarradio. Y tiene, como el resto de España, un problema de precariedad laboral producto de esa crisis global que nos hemos comido con patatas.
Dice Andrés Calamaro que una ciudad es “carne, hueso y sangre”. Eso es Málaga. Eso es Madrid. Eso es Barcelona. Eso es Sevilla. Quien busca etiquetar a una urbe usando prejuicios politizados, no refleja la realidad y pierde el tiempo. Málaga está ahora de moda, para lo bueno y para lo malo. Ha ingresado en la lista de las grandes ciudades, y esto le ha traído alegrías y miserias. Es nuestra responsabilidad potenciar sus maravillas y superar sus lastres.