“Creo que nos hemos perdido”. Una voz característicamente humana delata al robot y rompe con la solemnidad de su posado. Le acompañan otros dos robots cuya voz también presenta una naturalidad expresiva tan humana que cuesta pensar en ellos como una amenaza. Three Robots no es el típico relato de robots y humanos, con sus rebeliones y guerras, sino un encuentro entre ellos y lo que queda de la humanidad: ruinas. Mediante el sarcasmo y el humor más crudo e ingenioso, el retrato objetivo que ofrecen de nosotros invita a reflexionar sobre una humanidad extraña y realmente ridiculizada por la curiosidad de tres robots turistas que pasean por una ciudad postapocalíptica.
«El sueño de la razón produce monstruos, como también lo hace la razón pura»
En el centro de una cancha, les llama la atención una pelota de baloncesto. Los robots deliberan para determinar qué es y para qué sirve, pero son incapaces de comprenderlo. A pesar de la humanización de los protagonistas, su extrema racionalidad les impide aproximarse a cualquier cosa que escape un poco de ella. La botaban y a veces le daban con un palo, dicen. En este caso, la pelota podría simbolizar la cultura en el sentido más amplio de la palabra.
El no encontrar explicación racional al uso de la pelota hace que nos preguntemos nosotros mismos sobre por qué realmente hacemos deporte, pintamos cuadros o intentamos coordinar movimientos corporales al ritmo de una combinación de sonidos y silencio. ¿Cuál es el trasfondo de todo esto, más allá del goce individual o colectivo? ¿Hacer más llevadera la existencia? Pensándolo fríamente, ¿hay alguna explicación racional para el hecho de que haya 22 personas corriendo detrás de un balón mientras otros miles les jalean? Sin dudar del fútbol, cabe insistir en el valor del sinsentido, que es algo que los robots no pueden concebir pero que forma una gran parte de la vida humana.
“Esperar lógica de seres rellenos de ácido es demasiado optimista”, alegan tras discutir sobre la insensatez de algo tan natural como el sistema digestivo — y sobre agujeros de entrada y salida a partir de una hamburguesa mohosa que ha sobrevivido la destrucción de la humanidad. No comprenden cómo podemos tener un tanque de ácido dentro en lugar de una batería de fusión. Claro, es lógico. ¿Cómo puede haber un ser tan imperfecto? Según uno de ellos, fuimos creados porque sí de la nada, sin ninguna razón aparente, por una deidad indescriptible a la que muchos, encima, por si ya sonaba raro desde el principio, rinden culto.
Sin embargo, tampoco los robots pueden escapar del discurso del creador ¿Acaso no están ridiculizándolo? Xbot4000 se encuentra con Xbot3, un robot primitivo, una consola cuyo propósito era permitir a niños de 13 años hacer teabagging. Cuando Xbot4000 descubre lo que es, el trauma lo invade. Su primera reacción es renegar del antepasado, quizás por vergüenza, pero finalmente acepta parte de él cuando incorpora la lucecita de la consola a su ojo. Hace algo inevitablemente humano como es cargar eternamente con el pasado. Así, hablando de creadores y creados, estos robots no son tan diferentes, ya que su razón se ha visto condicionada por factores ajenos no tan racionales que se han apropiado por algún motivo.
«El Xbot4000 hace algo inevitablemente humano como es cargar eternamente con el pasado»
La obra magna de la racionalidad aplicada, la bomba nuclear, que como advierten los robots tiene una sospechosa forma de falo, sirve para introducir la típica crítica al hombre: es el único culpable de su propia extinción. Por eso, la imperfección del ser no es únicamente un error de fabricación, también consiste en un mal uso de la razón, o en un desequilibrio entre esta y el sentimiento, que a menudo es el fino hilo sostiene los lazos entre personas y comunidades. Prueba de ello es la mera existencia de algo creado con el fin de matar el mayor número de personas con el mínimo esfuerzo posible. El sueño de la razón produce monstruos, como también lo hace la razón pura.
Afortunadamente hay un contraste cómico a esto. El gato les explica que, tras modificarlos genéticamente para tener pulgares oponibles, al ser ahora capaces de abrirse sus propias latas de atún, la existencia humana perdió todo su sentido. El humano es capaz de crear robots y armas de destrucción masiva, pero también de sucumbir al culto del gato. Los robots, en cambio, son víctimas del problema de la inducción: por muchos juegos de gatos explosivos que puedan encontrar en sus bases de datos, los gatos que acarician no van a explotar si dejan de hacerlo. Y ahí se quedan, hasta que los gatos se harten de las caricias.
Más que una diferenciación especista entre robots y humanos, este breve escrito pretende enfatizar ese gesto tan característico de levantar las manos a la altura del pecho con las palmas mirando hacia arriba, encoger los hombros, torcer la boca hacia abajo, levantar las cejas y decir “no sé”. Simplemente los humanos hacemos cosas que escapan de la lógica racional que define la conducta robot. Los de este episodio son un símbolo de lo racional, a pesar de ser turistas como nosotros. No obstante, el peso de la razón les desequilibra hacia un lado, haciéndoles incapaces de comprender la imperfección y el hacer humano, que no siempre está guiado por una lógica rígida y bien estructurada.
El hacer cosas sin saber muy bien por qué es algo que define a los humanos y está fuera del alcance del razonamiento puramente lógico y racional. Frente a la fría racionalidad pura hay un caluroso sinsentido que paradójicamente da sentido a nuestra inevitable existencia más allá del trabajo y la monotonía del ser contemporáneo. La tensión entre lo apolíneo y lo dionisíaco alcanza en este episodio una gran dimensión: romperla supone la destrucción de lo propiamente humano. Lo racional y lo que no lo es tanto comparten espacio y se dan mutuamente. Estos robots así lo evidencian. Desde su atalaya racional ridiculizan una ya de por sí extraña naturaleza humana. Y aun a pesar de caer en las mismas trampas, son incapaces de captar el sinsentido de la humanidad.
De hoguera en hoguera buscando luz y sombras bailarinas. Humanista no-antropocentrista, comidista y perezoso.
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