Enfrentarse a una obra de ciencia ficción es algo que muchos lectores y amantes del cine hacemos con cierto desasosiego. Y es que, a menudo, uno termina la obra con la sensación de que un Antonio Molina pequeño le va a estar cantando durante un rato en la oreja ‘que el futuro es muy oscuro, que el futuro es muy oscuro, aaaaaayy…’. Y eso no siempre se capea con el mejor ánimo. Cuando alguien plantea una distopía en la que el sistema no deja opción, no hay otros con los que unirse y todo lo que haces para escapar es inútil, sufren los gatitos de Instagram, los espíritus sensibles y los cobardicas. Lo digo por experiencia.
Aun así, la crítica social que la ciencia ficción nos brinda con su manera de retorcer la realidad hasta dar con opciones futuribles y desconcertantes nos ofrece grandes reflexiones a las que no podemos renunciar. Pero si alguien nos pregunta a los cobardicas, diremos sin dudar que preferimos que esos temas se traten con anestesia, o por lo menos, desde el humor.
Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb
Claro, Kubrick. Un tipo al que le dices: ‘Stanley, ruédate algo de miedo’ y te sale con The shining (1980). O, ‘Stanley, a ver si haces una peli de guerra’, y te filma una como Paths of Glory (1957). Kubrick es valor seguro, alguien que sabes que va a quedar de lujo donde le lleves, porque todo lo que se propuso hacer lo hizo bien. Qué rabia de tipo, ¿eh? Su Dr. Strangelove…(1964) no solo es una obra maestra, sino que además nos da una lección valiosa: el humor combinado con la ciencia ficción es una extraordinaria herramienta para la crítica social.
“Kubrick nos recuerda que, aunque seamos los más listos del universo conocido, también somos otras muchas cosas que no nos gustan tanto”
Y ¿cómo es eso? Pues así más o menos:
Kubrick nos muestra que el humor funciona bien para explicar ideas complejas, pues necesita atravesar nuestra parte cognitiva para alcanzar la fibra de nuestra emoción y disparar la risa. El humor no puede desprenderse de ninguna de esas dos piezas y solo es efectivo con ambas bien combinadas. Es decir, si no entiendes bien el chiste, no te ríes. Sin ir más lejos, en las escenas en las que el Dr. Strangelove habla a los generales y mandos del ejército estadounidense hay muchas referencias soterradas al pasado sospechoso del personaje. Sin comprender esas referencias históricas, no hay risa que valga.
El humor también nos ayudaría a desapegarnos de la angustia que podría generar una obra donde somos testigos de un apocalipsis en plena guerra fría. Además, nos hace vivir la película desde un sosiego confortable en nuestro sillón o cama. Cuánta angustia nos podría haber provocado el director si se hubiera propuesto narrarnos la historia añadiendo tan solo una pizca de la zozobra que nos regaló en A Clockwork Orange (1971).
Dr. Strangelove… es una película a la vez traviesa y analítica que logra que nos distanciemos de estos personajes “épicos” y que les veamos como seres pequeños a quienes la situación se les ha escapado de las manos por completo. Así, el director devuelve a su tamaño real a la humanidad, mostrándonos nuestras propias limitaciones y nuestra pequeñez para hacernos conscientes de ellas mientras nos reímos. Pensemos en Peter Sellers encarnando al temeroso oficial inglés Mandrake, e intentando contactar con el presidente de los Estados Unidos desde un teléfono público. Necesita imperiosamente hacer una llamada para salvar a la humanidad y casi no lo logra porque le faltan… un par de centavos. Es ahí cuando vemos que un gran gesto heroico puede reducirse a una llamada telefónica hecha con monedas robadas en una máquina de Coca-Cola. Sí, también hay héroes de chichinabo.
Toda la fantasía de la seguridad en el entorno militar se describe a la perfección a través del festival de protocolos a los que la película hace referencia. Protocolos para dar órdenes a los B-52, protocolos para asegurar una respuesta militar a un posible ataque, protocolos para blindar las bases aéreas, protocolos sustituyendo otros protocolos porque vaya usted a saber. Recordemos, por ejemplo, la escena en la que el piloto del B-52 saca el kit de emergencia en caso de caer en territorio enemigo. El kit contiene un mini libro que combina un manual de ruso y una biblia: todo en uno. Porque si los protocolos sirven para algo es para prepararse ante cualquier eventualidad, sea tener que rezar todo lo que uno sepa o departir amistosamente en una taberna rusa. Nunca sabe uno con qué carta le va a sorprender el destino.
Así es como Kubrick se las ingenia para bajarnos de la nube de teorías que creen que el ser humano todo lo puede, control y protocolos mediante, mientras nos plantea la posibilidad de un futuro incierto y quizás incluso peor que el presente. Pero lo hace desde una lucidez irónica, no desde la desesperanza. Puede que por eso cierre la película con los acordes de We’ll meet again y la voz de Vera Lynn cantando: ‘nos encontraremos de nuevo, no sé dónde, no sé cuándo, pero sé que nos volveremos a encontrar en un día soleado’. Todo esto, mientras asistimos a un despliegue descomunal de explosiones nucleares a lo largo y ancho del planeta. Ay, qué hermosa es la esperanza, Vera Lynn.
Kubrick y por qué no debemos tomarnos tan en serio
Kubrick nos hace entender la crítica social a través del humor como se entiende un puñetazo: quizás identifiquemos menos argumentos, pero captamos lo esencial del punto de vista a la perfección. Por ejemplo, nos desmonta la fantasía de control y la creencia de que en los entornos complejos es imposible un imprevisto.
Esa fantasía de control tan propia de los postulados posthumanistas nos plantea una visión de la realidad en la que todo es previsible, medible y mejorable a través de la intervención humana. Nos habla de un mundo en el que el progreso siempre es positivo y donde no hay lugar para lo incontrolado.
Sin embargo, en Dr. Strangelove… es precisamente la suma de limitaciones humanas de los distintos personajes lo que da lugar a una situación apocalíptica. Y lo que nos hace reír es que sabemos que es posible, que la incompetencia y la estupidez son reales y están presentes en ámbitos en los que el destino de muchas personas está en juego.
Ciencia ficción de andar por casa
Así, vemos que no hace falta que las máquinas se estropeen, que haya un fallo en ellas, que se rebelen o que tomen consciencia de sí mismas, como acostumbra a pasar en muchas películas de ciencia ficción. Basta con algo tan cierto y tan sencillo como la incompetencia humana para desencadenar un apocalipsis. Y sigue siendo ciencia ficción.
Además, Kubrick nos enfrenta a la parte menos atractiva de nuestra humanidad. Pone al descubierto que nuestros anhelos por crear un mundo mejor, en el que haya máquinas, procedimientos científicos, robots, protocolos o cambios genéticos para mejorar el futuro, existen porque somos humanos. Tenemos un deseo de trascendencia. Igualmente, nos muestra que nuestra incompetencia, nuestra megalomanía, nuestra avaricia, nuestra ambición y nuestras ganas de salvar al mundo aunque acabemos hundiéndolo, también forman parte de lo que nos hace humanos. Y va todo junto en el mismo pack. Porque ser humano es todo eso: la voluntad de trascendencia y la humilde basurilla que nos convierte en seres risibles. A veces de forma tierna, y otras, peligrosa.
Kubrick nos recuerda que, aunque seamos los más listos del universo conocido, también somos otras muchas cosas que no nos gustan tanto. El humor se revela así como una herramienta perfecta para una cura de humildad y permite que, sin resistencia ni desesperación, podamos aceptarnos en nuestra totalidad y en nuestra complejidad como seres humanos.
(Tarantino) Subversión, homenaje y robo
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