Dictadura en serie… adictos del siglo XXI

Las series se han convertido en la nueva adicción del Siglo XXI, quienes se enganchan se reconocen entre sí como un grupo distinto y cerrado al que sólo se puede acceder con un consumo constante de temporadas. Pero ¿Quién es culpable de esta adicción? ¿Quién produce la droga o quién la consume?

Cada vez que leo el final de Fahrenheit 451, me imagino a la esposa de Montag hipnotizada con la última serie de moda antes de que las bombas caigan sobre la ciudad. Y es que las drogas no siempre se introducen por la vena o por la nariz. También pueden entrar por los ojos.

En los últimos años, las series televisivas, especialmente (y casi únicamente) las producidas en Estados Unidos se han vuelto el principal reclamo de las masas y se han convertido en todo un objeto de culto que no admite medias tintas. Es decir, o te enganchas o estás fuera. Ver una serie significa maratones enteros para conquistar temporadas completas.

El consumo continuo de esta droga ha creado seres nuevos: los seriéfilos. Que juntos conforman un clan cerrado y que apenas abre sus puertas cuando demuestras tus conocimientos. Debes conocer la trama, los personajes, sus personalidades e incluso sus tics y sus obsesiones. Por supuesto, utilizar alguna frase en el momento justo, que haya trascendido en un episodio o que se repita hasta la saciedad durante toda la temporada o todas las temporadas. Entonces los seriéfilos te mirarán con orgullo. Como uno de ellos. Y cuidado si preguntas por la trama o uno de sus personajes. Jamás te responderán. Tan sólo guardarán silencio y te darán la espalda mientras cierran lentamente la puerta de su fortaleza.

«busca con desespero Facebook y escribe con ansiedad: ¿Qué serie me recomiendan?»

Pero hagamos una precisión. Los seriéfilos no son un grupo homogéneo. Se dividen según la serie que les quita el sueño. Porque sí, muchos de ellos padecen de largos insomnios y presumen de ello, ya sea porque se pasan noches enteras viendo capítulo tras capítulo o porque al día, al mes o al año siguiente comenzará una nueva temporada.

Al escucharlos comprendes que las series basan su éxito y trascendencia en dos aspectos fundamentales: la trama y la psicología de los personajes. Una serie sin tensión no es serie. La tensión es su valor fundamental, porque es el que mantiene pegado a su asiento al seriéfilo. De otra manera sería imposible. Quizá por eso los finales de las series no suelen tener el éxito que siempre se espera de ellos. Su principal valor se difumina, desaparece. Todo se resuelve y el seriéfilo se queda triste y vacío. Luego comienza a recorrerle un sudor frío por la espalda, entonces, con mano temblorosa toma su teléfono, busca con desespero Facebook y escribe con ansiedad: ¿Qué serie me recomiendan? Y ahí están los miembros de las diferentes tribus, listos para proporcionar la dosis exacta, antes de que el seriéfilo de turno caiga en depresión.

Los personajes de una serie, por su parte, son muchos y variados. Ya sean ficticios o basados en la vida real, pueden convertirse en casi parte de la familia de los seriéfilos. Comen y duermen con ellos. No dudaría que hasta hablan con ellos. Pero sobre todo, los glorifican y santifican, no importa que sea un profesor de química metido en el tráfico de anfetaminas o un sanguinario narcotraficante que se llevó por delante a cientos de personas (en la vida real).

Foto de Luis Valladolid

Porque para el seriéfilo eso da igual. Es SU personaje. Y poco importa lo que haga dentro de la serie (menos lo que haya hecho en la vida real). El personaje y su historia que lo acompaña le regala esos instantes de tensión que llenan su adicción.

Y mientras tanto el mundo sigue su curso y a ratos poco importa lo que suceda en él si hay una buena serie de por medio. Una vez una persona me criticó mi vicio por el fútbol, como un opio que no deja pensar a las masas. ¿Acaso las series no causan el mismo efecto?, rebatí. El escándalo fue mayúsculo. Según esta persona, no había punto de comparación. Pero lo hay.

Las series son vistas como un medio de entretenimiento. Pocas son aquellas que ofrecen en sus historias algo que permita cuestionar el mundo actual o elaborar un pensamiento crítico. Y las que ofrecen esta posibilidad, curiosamente suelen ser duramente cuestionadas (incluso por los más bienpensantes) o vistas con sospecha.

Pero antes de que estés decidido a matar al mensajero, observa que no hay aversión a las series, su valor artístico y comercial están intactos. El problema no son las series en sí mismas (como tampoco lo es el fútbol). El conflicto nace con la adicción y los adictos, esos fanáticos que no están dispuestos a moverse un ápice de su asiento cuando comienza un nuevo capítulo. No importa que afuera caigan las bombas, como tampoco le importó a la esposa de Montag.

 

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