BoJack Horseman, una vuelta más por la angustia actual

Triste, por momentos desoladora, BoJack Horseman es una de las series más oscuramente cautivadoras de la televisión. En el inicio de su sexta y última temporada exploramos cómo nos lleva a reflexionar sobre el sentido de la vida, con una cruel e irresistible estocada a la emotividad de la sociedad contemporánea.

“¿Soy responsable de mi propia felicidad? Ni siquiera puedo responsabilizarme de mi propio desayuno”, reclama BoJack Horseman, el protagonista de una de las series animadas más oscuras de la tv actual. Y no deja de ser curioso que, entre los colores brillantes y la peculiar convivencia de animales parlantes y personas en el glamour de este Hollywoo (sic) ficcional, sea un hombre-caballo alcohólico, un actor narcisista y autodestructivo, quien nos enfrente al vacío y al sin sentido de la vida, ¡por seis temporadas!

«Una hilarante ilustración de nuestras propias inseguridades y angustias (…), la ansiedad contemporánea»

Sí, todavía Friends es la serie más vista y sus fans siguen renovándose. Pero pareciera que la angustia existencial y la reflexión filosófica nunca había sido tan popular. Series como BoJack Horseman (Netflix) o Rick and Morty (Adult Swim) hablan de una tendencia de humor más descarnado y sombrío -algunos lo llaman ‘sadcom’-, donde la tristeza, el horror y la ansiedad se entremezclan y resaltan con bromas aparentemente tontas, para revolcarnos con gusto en las grandes angustias contemporáneas.

Rick y BoJack

Tramas extrañas o absurdas se cruzan con escenas cotidianas, enmarcadas en el escenario cuasi surrealista de un Hollywood dominado por animales antropomórficos -como si de un multiverso de Rick and Morty se tratara-, para internarnos en una reflexión bastante más profunda respecto al individuo y nuestra sociedad, con cuestionamientos constantes sobre quiénes somos, cómo queremos ser, el bien y el mal y el sentido de la vida.

«Albert Camus: la única manera de superar esa ansiedad y angustia es aceptar el absurdo»

Algo de su oscuro y cínico encanto se ha diluido en las últimas temporadas, especialmente al quitar el foco de BoJack para desarrollar las historias de los demás personajes: la maternidad frustrada de Princess Carolyn, el divorcio y errática búsqueda personal de Diane, la asexualidad de Todd… explorando desde el tormento y las trampas de las relaciones tóxicas, las adicciones o el duelo, hasta la banalización del feminismo y el revés perverso del #MeToo.

Ha ido ganado, sin embargo, en el discurso narrativo con capítulos articulados como un monólogo interior, un show de stand-up comedy o, incluso, prescindiendo de diálogos, así como apelando a diversas puestas en abismo o reconstruyendo la historia a partir de una conversación de terceros o retazos de recuerdos seniles. La cuarta y quinta temporada fueron particularmente ricas e innovadoras en recursos narrativos, todo para profundizar en el miedo, el fracaso, la frustración, la soledad; en los conflictos y emociones de unos personajes estremecidos por el peso de la cotidianidad y la aspereza de la vida.

BoJack y la condena de ser libre

Ser testigo de las desventuras de BoJack, este hombre-caballo que intenta fútilmente reconducir su vida profesional y personal, siempre compadeciéndose, nostálgico de su éxito como estrella de una comedia de los 90, e incapaz de reconocerse más que como un “patético pedazo de mierda”, resulta demoledor y catártico; divertido y consolador en su amargo pesimismo.

BoJack Horseman

Y es que su cúmulo de luchas y frustraciones no es más que una hilarante ilustración de nuestras propias inseguridades y angustias, de los saboteos autodestructivos, la soledad, el desarraigo, la ansiedad contemporánea. Así como la fachada de Hollywoo cubre el podrido pantano de una industria mezquina, superficial y vacía, nuestras rutinas cotidianas bebiendo cafés con corazones de espuma de leche también pueden esconder la falta de sentido de la propia existencia.

Algunos sortean el despropósito ocupándose en cualquier cosa. “Hurra, una tarea”, dice cada tanto Todd, el joven ni-ni que se quedó instalado en el sofá de BoJack tras una fiesta. Otros se distraen. “La clave para ser feliz no es buscar un sentido, sino mantenerte ocupado con cosas sin sentido ni importancia. Y eventualmente estarás muerto”, dice Mr Peanutbutter, el labrador amigo-enemigo de BoJack, “tan estúpido que no se da cuenta de lo miserable que debería ser”.

«Ha pretendido vivir holgazaneando, (…) pero en el fondo reconoce su condición»

Como celebridad, BoJack lo tiene todo: “una gran casa, una gran carrera, una gran vida. Debe ser por eso que estoy feliz todo el tiempo”, ironiza. Sin embargo, es un hombre roto, autodestructivo, egoísta y crónicamente infeliz, incapaz de crear vínculos reproduciendo en bucle un historial de padres abusivos. Ha pretendido vivir holgazaneando, borrándose entre drogas y el alcohol, pero en el fondo reconoce su condición y se angustia. Se aterra porque cree que nada es posible, o porque entre todas las posibilidades es incapaz de decidir, o porque, tome la decisión que tome, intuye que se lamentará, como una encarnación de la angustia existencial que describía Kierkegaard.

Søren Kierkegaard

Cada vez más reflexivo a medida que avanzan las temporadas, BoJack en realidad le teme a lo que Sartre llamó “libertad radical”, el darse cuenta de que el hombre no existe con un propósito. “La existencia precede la esencia”, decían los existencialistas. Así, nada le impide robarse la “d” Hollywood o pasarse la vida horzing around; es él quien tiene el control de sus acciones. “Eres todas las cosas que están mal contigo”, le resume Todd. He allí la angustia y el vértigo al saber que, precisamente por no tener propósito ni valores predeterminados a los que asirse, “está condenado a ser libre”. Es responsable no sólo de su desayuno, sino de su propio destino.

El mito de Sísifo sobre la figura de Albert Camus (obra de Vedran Stimac)

“No sé cómo ser, Diane. No mejora, ni se vuelve más fácil”, le dice a su biógrafa, amiga y eterno crush. La respuesta la tiene Albert Camus: la única manera de superar esa ansiedad y angustia es aceptar el absurdo; darse cuenta de que, aunque los humanos estamos desesperados por encontrar una razón para vivir, el universo es irracional y sin sentido. Abrazar el absurdo es tener el coraje de intentar tener una existencia significativa frente a un mundo sin sentido. Ya lo decía Princess Carolyn, su manager/agente, recordando el mito de Sísifo: “despéjame la agenda, que tengo que empujar un pedrusco en una colina y después hacerlo rodar por encima de mí una y otra vez”.

Quizá ésa fue la revelación de BoJack al final de la tercera temporada, al ver correr los caballos salvajes: reconocerse libre, abrazar el absurdo de su existencia y correr porque sí. Responder al “silencio irracional del mundo” que describía Camus, subiendo nuevamente la colina para seguir intentando -aceptar a su madre y su muerte, relacionarse con su media hermana, ir a rehabilitación. Aceptar, finalmente, que lo único cierto es el absurdo y tratar de darle sentido a su existencia por sí mismo, una y otra vez, con la esperanza oscura de quien ya conoce la estupidez e insignificancia de la vida.

Dictadura en serie… adictos del siglo XXI

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